La juventud no es un periodo de la vida,
es un estado del espíritu,
un efecto de la voluntad,
una cualidad de la imaginación,
una intensidad emotiva,
una victoria del valor sobre la timidez,
del gusto, de la aventura,
sobre el amor, el confort.
Uno no se vuelve viejo por haber vivido
un cierto número de años.
Se vuelve viejo
porque ha desertado de sus ideales.
Los años arrugan la piel,
pero renunciar a un ideal arruga el alma.
Las preocupaciones, las dudas,
los temores y las desperanzas
son los enemigos que lentamente
nos hacen inclinar hacia la tierra
y convertirnos en polvo antes de la muerte.
Joven es el que se asombra y se maravilla…
el que pregunta como niño: “¿Y después…?”
Joven es el que desafía los acontecimientos
y encuentra alegría en el juego de la vida.
Las pruebas lo galvanizan,
los fracasos le vuelven más fuerte,
las victorias le vuelven mejor.
Permanecerás joven
tanto como permanezcas verdaderamente generoso;
tanto como sientas el entusiasmo de dar
algunas cosas de ti,
pensamientos, palabras o bien;
tanto como el hecho de dar
te de la impresión de recibir,
y por consiguiente de siempre
estar debiendo y desear más.
Si un día, cualquiera que sea tu edad,
tu corazón está mordido por el pesimismo,
torturado por el egoísmo y roído por el cinismo,
que Dios tenga piedad de tu alma de viejo.