Sobre las alas de Morfeo
“¿Por qué, digo yo, son tan pocos los
que comprenden y hacen suyo el poder
interior?… Aquel que ve en sí mismo
todas las cosas es, a un mismo tiempo,
todas las cosas.”
Giordano Bruno
Recostado sobre mi cama, y abatido luego de un agotador ejercicio corporal, mis ojos se dejan llevar por los tenues destellos de la vieja lámpara de cristal.
Dispuesto allí a estar en los brazos de Morfeo, comencé a meditar, dejando volar mi imaginación a las alturas del pensamiento.
Reflexionaba acerca de la naturaleza, los seres, las cosas que querría oír y ver, y aprender por el entendimiento. Estaba allí, soñando con un mundo mejor, cuando entre nieblas surgió un ser inmenso, de talla incomparable.
Mi sangre se heló por completo y me sentí paralizado por un miedo que tenía más de físico que de espiritual. Hubiese gritado, pero un nudo me ahogaba. Llamándome por mi nombre, me dijo:
-No debes temer, amigo mío, he venido para instruirte.
-¿Y tú quién eres?, le pregunte:
-Soy Morfeo -respondió-, uno de los mil hijos engendrados por Hipnos, el sueño.
El aire se hacía claro, veía como en la ventana comenzaba a rayar el alba.
Cuando me hube vuelto hacia mi huésped, mágicamente se había disuelto. Me tire sobre la almohada y no tarde en hundirme en un sueño profundo.