Hablaban del Susurro del Agreriano en Ókehem, Reino de la tierra caída, campesinos que decían haber visto a la criatura Akeín, la que no oye de lamentos ni ruegos. Se arrodillaban clamorosos bajo el imponente Sol del mediodía, oraban y rasgaban sus vestiduras al saber o siquiera imaginar que el anunciante del desafuero y la desolación traía mensajes del mundo sombrío, lugar en donde no reina hombre ni espíritu, cosa o sentimiento, lugar en donde la nada consume hasta lo que queda del que no tiene posesión alguna.
Entonces se corría el rumor por todos los Castillos que habían sido edificados desde el año segundo después de la caída de Ókehem, donde quiera que fuera posible fijar la mirada había personas arrodilladas que permanecían en silencio, elevando plegarias de ruego a Eterios, Dios inventor de los siete grandes escudos del continente Féferes. Para dos días después de la aparición de Akeín, los poderosos hombres que habían reinado por innumerables años sintieron la necesidad de acudir al palacio del Viejo Darío, con sed de sus palabras.
Los Reyes Ardes Rey del imponente reino de Ókehem que significa ”Privilegiado de Eterios”, Esteros Rey de Atesoran que significa ”Gobierno sin ley opresora”, Helena Reina de Asclepios que significa ”Bajo cuidado de pastores”, Arqueó Rey de Efendi que significa ”Oculto por árboles”, Barak Rey de Alentó que significa ”Custodia de las sombras”, Fañar Rey de Pistos que significa ”Fuego de rocas” y Oris Rey de Alquenos que significa ”Promesa de Armas”.