Y de pronto
las palabras mordidas,
estallan en la boca, bajo la lengua,
entre los dientes, con maliciosa pena.
A mi espalda,
la puerta se ha cerrado
y creo oír tus pasos sobre el suelo de grava,
casi diciendo adiós.
Como quien enmudece de dolor
a sabiendas,
se han callado los pájaros y los relojes,
dejando un ruido sordo, de silencios tenaces.
Y me hieren
los nombres de las cosas que amamos,
huérfanas de sentido, vacías de nostalgia,
atroces como látigos sobre los labios,
que ocultan a sabiendas,
lo que puede salvarnos.