Soñé con un cuento donde sonreír era una obligación, ser feliz un mandamiento, y ser sincero una pasión. Donde el sol me acariciaba la cara, me hacía brillar los ojos, y eliminaba las bobadas.
Donde la luna me acunaba cada noche, regalándome destellos y escuchándome sin reproches.
Donde vivir era pasear, y las palabras melodías, que perduraban en el tiempo, sin maldad, sin cobardía. ¿Dónde el cómo?, y ¿él cuándo? no existían, y si el ahora y él es posible, porque los sueños crecían en los árboles, y eran hermosos e indescriptibles. Pero era un cuento como todos, donde había brujas y malvados, que se escondían en las sombras, para sentirse los amos.
Un cuento cutre, sin principio ni final, donde la princesa seguía dormida, y el príncipe a saber dónde, los castillos era de aire, y en los caminos ponía por dónde. Y lo más triste del sueño, fue despertar y descubrir que en el cuento, no había magia ni no, sólo una mañana como otra cualquiera, con problemas, dudas y temores, que marcan años tras año, sin resultados, ni colores. Mil horas, mil días, mil segundos en una vida, que por mucho que lo intente aún sigue vacía.